Cogimos la primera edición del un cuento que nos gustase y lo cambiamos dejando tan solo la esencia del cuento, pero cambiando los personajes el marco y otros elementos.
Pienso que la parte que más nos gustó fue que no es un cuento en formato papel, sino que teníamos que contarlo con manualidades. Estas fueron las nuestras:
Nuestro SCAMPER, la historia relatada, es esta, "Gomocho":
Pienso que la parte que más nos gustó fue que no es un cuento en formato papel, sino que teníamos que contarlo con manualidades. Estas fueron las nuestras:
Nuestro SCAMPER, la historia relatada, es esta, "Gomocho":
Érase una vez... En un colegio, no muy lejano, había una clase cómo la nuestra; con niños, montones de juguetes y una “seño” muy especial, con la que todos los niños se llevaban muy bien.
La seño se llamaba Celeste y era especial porque tenía el pelo largo y ¡azul!.
Un día, Celeste, trajo a la clase un material muy divertido con el que trabajar. Cuando los niños lo vieron de lejos creían que era cartulinas, pero, cuando la “seño” se acercó, les explicó que era goma-eva y que podía hacer con ella las figuras que quisieran; podían hacer flores, animales, coches... ¡Incluso dinosaurios!
María hizo una cometa, Manuel quiso hacer una hormiga, Lidia consiguió hacer un camión ¡gigaaaaaaaante!. Todos los niños hicieron cosas alucinantes.
Alberto, el niño más travieso de la clase, hizo un niño e intentó que se pareciese todo lo posible a él. Le pidió consejo a sus amigos para ponerle nombre a su muñeco; María le dijo que podía llamarle José, como su padre, Lidia le dijo que podía ponerle Toby, pero Alberto le contestó que ese no era nombre para un muñeco.
Manuel dijo :“¡Ya sé!. Puedes ponerle Goma, Gomo... Gomocho!”.
¡Ese nombre sonaba muy divertido! Alberto aceptó la idea, y Gomocho se quedó.
Todos los niños jugaron con sus muñecos recién hechos en clase, siguiendo con atención las órdenes de la “seño” Celeste: había que recoger lo que habían usado para jugar, no valía pintar en las mesas, ni quitarles cosas a los compañeros y mucho menos pegar.
Los niños, obedientes, hicieron caso a la “seño” y dejaron todo limpio. Excepto Alberto, que remoloneó todo lo posible para que sus compañeros hicieran el trabajo por él.
Celeste le tuvo que regañar varias veces para que dejase de desordenar y recogiera.Más tarde también tuvo que avisarle de que debía lavarse las manos para comer, además de repetirle que tenía que tomarse el desayuno entero, que tirase las cosas a la papelera cuando terminase, que no podía colarse en la fila, y que no le tirase del pelo a María.
Llegó la hora de salir al recreo y todos los niños decidieron dejar sus figuras en clase para que no se estropeasen. Lo que ellos no sabían era que en clase iba a suceder algo extraño...
La clase estaba en silencio, y se escuchó una voz muy bajita y temblorosa que susurrando decía:
- “¿se han ido todos ya?”
- “¡Pues claro que se han ido todos, es la hora del recreo!” dijeron Zorro y Gato, los peluches.
¡¿QUÉ?! ¡¿Los juguetes hablaban!? Sí, en esta clase sí, y pronto fueron todos a conocer a sus nuevos compañeros, los figuras de goma-eva.
Gomocho cometió un error, se hizo amigo de Zorro y Gato, los peluches. Pepita, La Mariquita, que sabía mucho, le advirtió que no eran nada buenos, aunque ellos le prometiesen que se lo iban a pasar en grande.
Gomocho pensaba que eso no era malo, porque su dueño, Alberto, siempre lo hacía, así que no le hizo caso a Pepita y se fue a dar un paseo por la clase con sus nuevos amigos.
Zorro y Gato le enseñaron dónde estaban los títeres, que hacían fiestas donde bailar y cantar a cada instante, también vio todas las marionetas que había...
Mientras iba andando le llamó la atención una de madera que se parecía bastante a él... Pero de repente ¡PLOF! Se chocó con algo que parecía bastante grande...
- Miró hacia arriba y exclamó: “¡Hala! ¿Y esto qué es?”
Zorro y Gato les explicaron que era el cofre donde todos los niños guardaban los disfraces...
- “Pero, pero... ¿Con forma de ballena?. ¡Es genial!”, dijo Gomocho
Los juguetes estuvieron divirtiéndose mientras los niños no estaban, sacaron todos los disfraces, los libros, habían investigado en las mochilas por si por suerte quedaba algún bocadillo olvidado... Pero justo en ese momento escucharon la sirena que anunciaba el final del recreo, ¡Todos los niños estaban subiendo a la clase!.
Gomocho se puso muy nervioso, ¡Todo estaba por medio y nadie había recogido nada! Presa del pánico se metió dentro del Cofre Ballena y ¿cual fue su sorpresa? ¡PATAPLAF! El cofre se cerró y Gomocho no podía salir. Se quedó pensando lo feliz que sería fuera de esa ballena.
Cuando los niños entraron a la clase se encontraron todo patas arriba. Todos miraron a Alberto, que era el que solía hacer esas travesuras. La “seño” Celeste le regañó pensando que había sido él, pero viendo que Alberto lo negaba y sabiendo que él no había entrado a la clase, le pidió perdón.
¿Quién había sido? ¿Quién había revuelto todo? Los niños tuvieron que ordenar toda la clase, y todos encontraron su figura, menos Alberto, Gomocho no aparecía por ningún lado.
A la hora de la salida Alberto iba muy triste, no había encontrado a su muñeco...
A la mañana siguiente en clase la “seño” Celeste les preguntó a todos que cómo se habían portado. Todos contestaron que se habían portado muy bien, incluso Alberto. Y la verdad es que Alberto no se había portado del todo bien... ¡Toc! Se escuchó un golpe cerca... Todos miraron alrededor, aunque nadie vio nada.
La “seño” preguntó que quién se había lavado los dientes... Alberto volvió a mentir... ¡Toc!... “¿Quién ayudó ayer a su mamá?”... “¡Yo!”, exclamó Alberto... ¡Toc! Otra mentira...
Ahora sí, todos miraron al Cofre Ballena y allí, de un agujero, vieron algo puntiagudo salir. Alberto reconoció aquello, ¡Era la nariz de Gomocho! ¡Qué alegría! ¡Su muñeco había aparecido!
Alberto sacó rápidamente a Gomocho de entre todos los disfraces.
La maestra, viendo la alegría de Alberto quiso hacer un trato con él, si no volvía a mentir y si no se portaba mal nunca más, Gomocho sería la mascota de la clase. Y así fue. Todos los niños celebraron lo buen amigo que ahora era Alberto regalándole cosas para su muñeco: un peto rojo brillante, una pajarita, un sombrero, ¡una pluma para el sombrero!...
Alberto y Gomocho eran muy amigos, y todos los compañeros de la clase los querían muchísimo.
Y colorín, colorado, está historia de Gomocho se ha terminado.